En Clave Psicoanalítica

domingo, 5 de febrero de 2012

Sin coincidencias no habría literatura - (Artículo Nº 1.473)

Quiso algún fantasioso escritor (1) que el condenado a muerte que sirvió de modelo para que Leonardo Da Vinci pintara a Judas en La última cena, también hubiera sido utilizado como modelo para que pintara a Jesús.

Seguramente el pintor sabía quién era ese personaje que le traían al taller, o por lo menos se lo imaginaba, porque los guardias no lo dejaban moverse del «banquillo de los dibujados».

Aquel condenado seguramente algo habría hecho para recibir ese castigo pero por algún motivo la casualidad quiso que fuera modelo para un cuadro religioso, tomando además los lugares de homenajeado y de traidor.

Este hombre de aspecto físico polivalente, quizá tenía en sus rasgos algo tan humano como son la bondad y la maldad mezcladas.

Podemos pensar que este «condenado modelo» fue uno de los dos que acompañaron a Cristo cuando lo crucificaron.

La literatura nos permite ser anacrónicos. El arte en general lo autoriza pues La última cena fue fotografiada a mano varios siglos después de que mataran al anfitrión.

Por lo tanto pensaremos que el reo que obligaron a ser modelo para que Da Vinci dibujara a Cristo fue otro de los ejecutados aquel fatídico Viernes Santo.

Como esta ejecución cobró interés mucho después de haber ocurrido, podemos pensar que mientras fallecían en un instrumento de tormento que, dicho sea de paso, luego se convertiría en adorno, símbolo y alhaja, los desdichados hablaron cuando los curiosos se fueron a buscar situaciones más entretenidas.

Fue entonces que el «delincuente modelo» le preguntó a Cristo:

— ¿Por qué te trajeron?—, a lo que el interpelado respondió:

— Los que me condenan «no saben lo que hacen».

El delincuente pensó: «Todos decimos lo mismo», pero no quedó tan convencido cuando un par de días después aquel compañero de crucifixión vino a despertarlo de la tumba.

Aturdido por la sorpresa, el «anacrónico modelo» se fue a disfrutar de su inesperada resurrección.

Por su parte Cristo, pensó: «¡Ja! Otro que no agradece ni los milagros».

(1) Me refiero al escritor argentino Ernesto Fucile. El relato se llama El hombre que supo volar y está publicado en el libro digital titulado Crónicas de la Lluvia.

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