VIVO O MUERTO

La taberna y antiguo caserón de burlesque era frecuentada por apostadores, ladrones y asesinos, y algún que otro allegado que no se dedicaba a los oficios municipales ni políticos. El que tocaba la pianola lucía el cabello al costado, que bien parecía lamido por una manada de bisontes, mientras la madama —con un vestido hecho en percal— se paseaba por la barra, sentándose en la falda de algún alcohólico empedernido.
—¿Qué sucede Joey? —bramó el cantinero, un anciano con una cicatriz que le cruzaba la mejilla.
—Negocios... Malos negocios.
—¿Cuánto dinero esta vez?
—Menos averigua Dios y perdona —sentenció el fiscal que había empeñado el futuro de su familia en una miserable partida de póquer.
A lo lejos —tal vez cuatrocientas o quinientas yardas— un forastero cabalgaba bajo los primeros atisbos del Sol con una idea entre ceja y ceja.
Las patas del pobre animal ya no daban para más, al igual que la garganta del jinete que traía en su mano un papel añejado y en color amarillento.
Un perro que deambulaba por el condado se adelantó aullando tras el paso del bandolero, intuyendo el acecho de un pésimo augurio.
El padre de la nueva iglesia, que había oficiado un responso, se persignó cuando le vio bajar del caballo al que amarró a uno de los palenques.
Mientras tanto, los que estaban sentados, bebiendo la vigésima botella de Whisky,ladearon la cabeza en síntoma de bienvenida.
El alba dibujó una silueta oscura que poco a poco tomó forma y bateó de palmas la puerta vaivén, ha-ciendo crujir la pinotea y las escupideras del suelo.
—¿Qué se le ofrece, forastero? —inquirió el que de pie limpiaba los vasos con el trapo de piso.
—Sólo deme una cerveza.
—¿Cerveza? —preguntó atónito—. Aquí servimos Whisky... —dijo mientras vertía una generosa medida que se volcaba sobre la barra—. Y bien... ¿Qué lo trae por estas tierras? Espero que no sean problemas.
—Estoy buscando a Billy —anunció para que le escucharan los criminales de la mesa de entrada, haciendo alusión a un tal Henry McCarty, William Bonney o simplemente “Billy The Kid”.
—¿Vivo o muerto?
—Vivo... —aseguró el bandolero que despellejaba una hoja con sus dientes y molares de plomo.
—No lo creo... Han pasado muchos años... De hecho el Marshall, que en paz descanse, le dio muerte a ese bribón.
—¿Cómo lo sabe?
—Él mismo me lo dijo.
—¿Y usted le creyó? —preguntó el forastero.
El viejo sonrió.
—Eso es todo lo que sé. Pero sino, pregunte en el pueblo. Allí le dirán mejor que yo.
—Está bien... Gracias de todos modos.
—No hay porqué... —saludó el anciano. En-tonces el forastero se dio la vuelta, y ahí nomás el cantinero le perforó la espalda con una Colt de mediados del 1900—. Ya nadie respeta a los muertos —sentenció el viejo Billy.

@ErnestoFucile
Publicado en el libro "Crónicas de la Lluvia"

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