UN SALTO INCREÍBLE

Los caballeros avanzaban con dificultad dispuestos a instalar las cámaras y aparatos junto a una placa recordatoria, desplegada para los ojos de vaya uno a saber quién. Mientras tanto, la filmadora —que reposaba sobre un trípode que era iluminado desde todas las direcciones— apuntaba directo a un trapo gastado que yacía clavado sobre el terreno.

Pocos sabían lo que verdaderamente estaba sucediendo allí y seguramente —de no mediar contratiempo alguno— las buenas nuevas llegarían en menos de lo que canta un gallo. No había pájaros sobrevolando, aunque una polilla parecía aletear por delante de la cámara, causando inconvenientes una y otra vez; algo que hacía impacientar a los operadores que esperaban delante de una consola.

Finalmente, luego de realizar los labores convenidos —y contemplando la belleza artística de una magnífica desolación— los sujetos se dispusieron a escuchar la llamada de un famoso criminal que por entonces era sospechado de toda malicia y conspiración posible:

—Estoy orgulloso de lo que hicieron —alentó con su frente ancha, nariz respingada y sonrisa de cocodrilo—. Rezaremos por ustedes para que regresen con nosotros, sanos y salvos.

—Gracias señor... Para nosotros es un honor y un privilegio —contestó el astronauta—. Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad —afirmó jadeante mientras caminaba como si se tratara de una película en cámara lenta.

Los que le acompañaban en semejante epopeya no podían contener la sonrisa y la emoción por su magistral intervención.

—Y... ¡Corten! —ordenó entonces el que estaba debajo de una de las cuatro luminarias, junto al ventilador que hacía flamear la bandera.


@ErnestoFucile
Publicado en el libro "Crónicas de la Lluvia"

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