La Vida Secreta de Hitler

Tenía el rostro y las manos empapadas, al tiempo que sus piernas —dueñas de una poderosa firmeza— comenzaban a temblequear hacia todos los lados.
Su compañero, un fortachón envuelto también en un mameluco de operario, le dio un aventón casi en un acto de caridad, activando la pequeña carga de C-4 que volaría la puerta de metal desplegado mientras el estruendo vedaba la audición, y una nube de polvo le empañaba los acrílicos.
—¡Gracias! —correspondió Gretchen con un dejo de ironía, quitándose las antiparras y sumándose al resto, junto al hueco que había dejado la explosión. Minutos después, el equipo recorrería la extensión del túnel en busca del inconfundible tesoro: La Sagrada Lanza de Longinos, la cual —se decía— había atravesado el cuerpo del mismísimo Jesús de Nazareth.

Era aquella una zona de escenarios inexplorados y ocultos a la luz de un cielo que se unía con la tierra, con una superficie singular de misteriosas cavidades; pasadizos y acantilados de corte perfecto, que podrían llegar a conectar incluso con otros mundos —al menos esa era la leyenda—; túneles con cabezas de gigantes petrificados y un lugar en donde el vulgo no había podido llegar jamás.
Su mentor, nacido un día como hoy, el 20 de Abril del año 1889 en el Imperio Austrohúngaro, tenía el nombre de Adolf Hitler y era un político miembro del “Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores” que establecería el “Tercer Reich” entre los años 1933 y 1945, ocupando los cargos de Canciller Imperial, Jefe de Estado y Comandante Supremo de las fuerzas armadas de Alemania en la Segunda Guerra Mundial.
Su ideología, la cual propició el estallido de la Segunda Guerra Mundial y fomentó el segregacionismo y desarrollo del Holocausto, no habría calado hondo en una mente sensata de no ser por la decadencia que vivía la Alemania de posguerra tanto en su aspecto económico, político, social y moral.
Al término de la Primera Guerra, con una Alemania humillada, condenada al pago de su deuda externa, con un desempleo atronador, la devaluación del Marco alemán y la sensación fotocopiada de una traición histórica, Hitler fomentó la eliminación de judíos, árabes, gitanos, negros e inmigrantes para garantizar el futuro de una “raza aria” y su prevalencia como ley básica de la existencia humana. De esta forma, hombres, mujeres y niños, fueron fusilados y exterminados en un foso o una cámara de gas.
La redención llegaría tarde cuando los soviéticos y norteamericanos
—paradójicamente— liberarían las ciudades sitiadas por el Tercer Reich.
El desmantelamiento de sus hangares sería un capítulo aparte en la historia del nazismo, con un sin fin de objetos y armas propias de la ciencia ficción y adelantos tecnológicos de —por lo menos— cincuenta años en el tiempo.
Entre ellos: el Fusil MP44 —con una cadencia de quinientos disparos por minuto y un alcance de quinientos metros—, el Vampyr —con un foco de luz infrarroja y sistema de visión nocturna—, el Cañón Sónico —capaz de enviar una nota mayor a los mil milibares y que a cincuenta metros producía la muerte—, el Fritz X —la primera bomba teledirigida—, el Z4 —un ordenador digital y el primero en emplear memoria y lenguaje de programación, que sería adquirido posteriormente por la empresa IBM—, sin olvidar la Sangre Sintética —capaz de transportar oxigeno para salvar la vida de los soldados heridos—, y el proyecto del Súper Hombre —tratado a base de energizantes y meta anfetaminas— o las aeronaves de forma Discoidal con una tecnología aerodinámica que no parecían terrestres.

Muchas de las pasiones de la oscura vida de Adolf Hitler y una avalancha de teorías y extrañas elucubraciones —como la doctrina de la tierra hueca y la raza superior— que encontrarían en el Berghof y en las montañas del Obersalzberg el lugar perfecto para sus delirios de grandeza.
Allí, en uno de sus bunkers subterráneos, Hitler había ocultado la lanza del soldado romano Longinos, que también reposó en las manos de Carlomagno, Carlos Martel y Federico Barbarroja.
Adolf Hitler se había apropiado de ella en 1938 cuando invadió Austria, persiguiendo además el Bastón de Mando, el Arca de la alianza, las Calaveras de Cristal y la incansable búsqueda del Santo Grial, mediante las legiones de la “SS”; una organización militar, policial, política y de seguridad de la Alemania Nazi, creada a imagen y semejanza de las antiguas órdenes de caballería.

El deceso de Hitler es hasta el día de hoy un enigma, siendo que su muerte no ha sido un hecho histórico documentado. Sin ir más lejos algunos afirman que habría sido asesinado en el bombardeo y hasta se habla de un suicidio mediante la ingesta de cianuro o el famoso autodisparo por la boca.
Sin embargo recientemente se ha descubierto que el cráneo encontrado entonces con un impacto de bala, y adjudicado al cuerpo de Adolf Hitler, corresponde en realidad al de una mujer; tal vez el de Eva Brown.
Regresan entonces las teorías de Stalin, quien —según documentaciones soviéticas de la KGB— movía recursos para dar caza a quien creía refugiado en la Patagonia Argentina durante el gobierno de Juan Domingo Perón.
Una teoría apoyada por sus lazos con el financista de campaña presidencial Ludwig Freude y su hijo Rodolfo —miembro de la Comisión Peralta— que facilitaba asilo al flujo alemán de posguerra, como Adolf Eichmann y Josef Mengele, para preparar las bases de Adolf Hitler en un Cuarto Reich.
Delirios de supremacía de un hombre y una escuadra de asesinos e ignorantes que guiaron a Alemania —y a Europa toda— a una de las mayores desgracias en la historia, desde los tiempos de la peste negra.


@ErnestoFucile | Año 2011



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